Shock Cultural
Cuando llegué a Estados Unidos con mi esposo y dos pequeños hijitos fue un shock. Nada me había preparado para la experiencia de ser inmigrante, ni la pérdida de mi identidad anterior.
SHOCK CULTURAL
Cuando llegué a Estados Unidos con mi esposo y dos pequeños hijitos fue un shock.
Nada me había preparado para la experiencia de ser inmigrante, ni la pérdida de mi identidad anterior.
En el plazo de cinco años, mi carrera de periodista se había disparado. Recién graduada de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica de Chile, conseguí mi primer trabajo como escritora, y luego trabajé en dos otras revistas. En los meses antes de mi partida, me había unido a tres otras periodistas de renombre para convertirme en la cuarta anfitriona de un programa televisivo.
Recién llegada a Washington, D,C., me sentí perdida. Mi esposo pasaba días muy largos y noche por medio en el hospital donde seguía un internado médico. Pasaba mucho tiempo sola con mis dos pequeños hijos. Mi familia, mis amigos y mis colegas se encontraban en Santiago. En esos días no existía ni el email ni el Skype. Ni pensar en hacer una llamada internacional pues su costo era prohibitivo.
Me sentía aislada en una cultura ajena. Todo me parecía extraño. Me costaba entender gestos sutiles y necesitaba pulir mi inglés. La beca de mi marido no alcanzaba para cubrir los gastos de dos adultos y dos bebés. No tenía trabajo ni ingreso. Vivíamos al borde del abismo económico.
Estaba desesperada.
Todas las noches soñaba lo mismo. Se me había perdido el pasaporte y lo buscaba locamente pero sin encontrarlo. Despertaba cubierta en sudor.
Cuando le hablé de esto a una de las doctoras en el hospital donde trabajaba mi esposo me dijo que no me preocupara. Que sólo se trataba de shock cultural.
"Es muy común”, me explicó. “La mayoría de los nuevos inmigrantes pasan por un grado de esto cuando llegan a un nuevo lugar, sobre todo si se trata de una nueva cultura. Usted tiene suerte”, agregó “Por lo menos habla inglés. Gran parte de los inmigrantes no cuentan con esa habilidad”.
Su explicación no me ayudó. Yo quería a mis hijitos profundamente. Pero no estaba acostumbrada a pasar todo el día, todos los días cuidándolos sin ningún tipo de ayuda. Estaba acostumbrada a tener alguna forma de apoyo en su cuidado, y pasar una buena parte de los días intercambiando ideas con mis colegas, investigando temas y escribiendo artículos.
Pero entonces, inesperadamente, uno de mis jefes llamó desde Chile. Era el director de la revista Hoy, parecida a la revista Time de los Estados Unidos. Yo había trabajado ahí un año y había tenido muy buena experiencia. Quería saber si podría cubrirle un par de noticias desde Washington.
Dos o tres crónicas se transformaron en poco tiempo en trabajo permanente. Me convertí en su corresponsal en Washington. Muchos de mis reportajes comenzaron a salir en la portada de la revista.
En esos momentos eventos relacionados a Chile hacían noticia. Orlando Letelier, ex embajador de Chile en Washington y su asistente, Ronnie Moffit habían sido asesinados a pocas cuadras de la Casa Blanca.
Cuatro cubanos acusados del asesinato serían juzgados. Y un ex agente de la CIA, Michael Townley había hecho un trato con el gobierno norteamericano en el que, a cambio de su confesión, recibiría una sentencia reducida.
El juicio duró muchas semanas. Yo asistía a diario, observando, escuchando y luego yendo a la carrera a escribir y enviar mis notas a Santiago.
Me llegaron otros trabajos periodísticos. Me convertí en corresponsal para revistas como Vanidades, BuenHogar, y Hombre de Mundo, entre otros. También comencé a escribir para Nuestro, una revista latina publicada en Nueva York.
Comencé a mandar reportajes a Radio Cooperativa, una estación de radio y me convertí en poco tiempo en corresponsal del Canal 13 de Chile, una de las principales redes televisivas del país. Se me pidió ser presentadora de un programa bilingüe para WETA, el canal local de la ABC en Washington. Trabajé ahí por seis años.
Fue entonces que me enamoré del cine. Caí con el virus cinematográfico. Fue al tomar un curso de cine en la universidad que comenzó todo. Decidí que mi futuro tenía que incluir escribir guiones y dirigir películas. Tomé el primer paso. Me inscribí en American University en Washington. Sacaría una maestría en dirección de cine.