Mis inicios como escritora
Comencé mi carrera al graduarme de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica de Chile. Entré a trabajar como escritora y editora en una revista en Santiago, la capital.
MIS INICIOS COMO ESCRITORA
Comencé mi carrera al graduarme de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica de Chile. Entré a trabajar como escritora y editora en una revista en Santiago, la capital.
Mi primer trabajo fue en Revista Hoy, una publicación parecida en estilo a la revista Time de los Estados Unidos. Al comienzo, y por ser la más nueva, mi jefe me mandaba a cubrir noticias de crímenes y temas que los demás escritores, con más experiencia, no deseaban cubrir.
El primer día me mandaron a reportear la visita de una activista en derechos de los animales que había llegado a Chile a revisar los mataderos del país. Hasta ese momento yo me había comido tranquilamente mis bistecs sin pensar en qué sucedía en un de estos lugares horrorosos. Cuando al fin entregué mi crónica, a mi jefe le gustó. No le expliqué cuántas veces había tenido que reescribir la nota por los llantos que me producía recordar los tristes ojos de las vacas y sus bramidos al ser empujadas hacia el martillo asesino, ni la terrible hediondez de la muerte.
Al poco tiempo fui asignada a la sección científica y se me dijo además, que propusiera temas propios. Que si uno le gustaba a los editores de la revista, aceptarían que yo lo cubriera.
LOS ALACALUFES DE LA PATAGONIA
Escogí escribir sobre la tribu de los Alacalufes, un grupo indígena de la Patagonia cuyos miembros de sangre pura desaparecían rápidamente. Habían sido decimados por enfermedades contra las cuales carecían de inmunidad, y por el alcohol y una dieta deficiente. En ese tiempo quedaban en el mundo sólo 59 miembros tribales. Iban camino a la extinción.
No fue tarea fácil viajar hasta donde vivían los últimos Alacalufes, casi en la orilla del continente, en un lugar llamada Puerto Edén.
Negocié con la armada chilena un pasaje para mí y mi esposo y hicimos otro trato en que él entregaría cuidados médicos gratuitos a los lugareños a cambio de alojamiento por dos semanas en la pequeña clínica local.
Dormimos en los catres hospitalarios, envueltos en sacos de dormir. Nos bañamos en el hilo de agua gélida que emanaba de la única llave del baño. Aunque era enero, y estábamos en pleno verano chileno, no dejábamos de temblar de frío en el aire frío y húmedo del cuarto.
Cada mañana atravesábamos en chalupa el estrecho que nos separaba del islote donde habitaban los 59 Alacalufes, todos pertenecientes a la misma familia. Vivían tal como habían sobrevivido sus antepasados por miles de años. Aunque el gobierno chileno les había entregado recientemente cómodas casas de madera, ellos preferían seguir habitando en sus chozas de piel de lobo marino. Ignoraban las cocinas hogareñas y en cambio, cocinaban pescado y mariscos en fogatas dentro del campamento.
En las semanas que estuvimos entrevisté a todos los habitantes de Puerto Edén, desde los mayores hasta los niños pequeños, de los que quedaban sólo dos o tres. Escuchamos sus cantos guturales, que apenas recordaban los más ancianos del grupo y mi esposo tomó fotos y rodó película de los habitantes y su ambiente.
DE REGRESO EN SANTIAGO
Al regresar a Santiago y entregar mi reportaje sobre los Alacalufes, mi jefe se mostró encantado. Luego de leerlo, reunió a la junta editorial. Decidieron hacer mi nota el reportaje de la semana, con una de nuestras fotos en la portada. La historia recibió mucha atención. La gente conocía poco sobre los sobrevivientes de Puerto Edén. Fui entrevistada por varios periódicos y se me pidió que produjera un corto para la televisión, usando la película que habíamos rodado.
LA REVISTA PAULA
Entonces, me llamó la directora de otra revista llamada Paula. Quería saber si me interesaba escribir para ellos.
Paula era una revista femenina de vanguardia. Sus cuatro escritoras cubrían temas candentes para aquel tiempo. Antes de Paula casi nadie se atrevía a escribir sobre el aborto, el divorcio, la depresión, el sexo fuera del matrimonio y la infidelidad. Nosotros escribimos sobre todos esos temas de una manera directa y franca. La gente se devoraba los reportajes.
Yo era la escritora más joven. Pero al trabajar en Paula maduré rápidamente. Mis colegas se encontraban en el apogeo de sus carreras. Desde entonces todas han publicado libros. Isabel Allende, co-escritora de Paula, ha visto publicada una hilera de sus novelas, incluyendo La casa de los espíritus.
Mis colegas eran mujeres fuertes y apasionadas quienes me enseñaron mucho sobre los derechos de la mujer y su empoderamiento.
Trabajar ahí era divertido además, porque se me daba mucha libertad para escoger temas. Yo seleccionaba los que más me atraían. De a poco me fui especializando en perfiles humanos, entrevistando a artistas, escritores, músicos y otra gente que hacía noticia.
Fue así que comencé a aprender a hacer buenas preguntas y cómo hacer que mis entrevistados me revelaran lo más íntimo de su corazón. Aprendí a escribir reportajes amenos y atractivos para nuestros lectores, hombres y mujeres de todas las edades.
PROGRAMA DE TELEVISION
Llevaba un par de años en la revista cuando un canal televisivo nos pidió que produjéramos un programa nacional para ellos. Cuatro de las escritoras de Paula entrevistaríamos a un varón en el estudio. Nuestro programa se llamó Asedio. Los hombres comenzaron a hacer fila para ser uno de nuestros invitados. Nuestra audiencia se encantó con la idea de que cuatro periodistas agresivas acribillaran a preguntas a un varón indefenso.
PARTIDA A ESTADOS UNIDOS
Fue entonces que a mi esposo le llegó una oferta. Había postulado a una beca médica en Washington y había sido aceptado en el programa. Era una gran oportunidad. Estábamos emocionados con la idea de tener una experiencia en el extranjero.
Hicimos las maletas, y con nuestros dos bebés, volamos a Washington.
No tenía idea de lo difícil que sería la transición.