LOS ESPACIOS PARA ESCRIBIR
La casa está oscura.
Afuera, a pocos pasos de la ventana cantan los sapos. Primero emerge un solista y luego un coro que repite estribillos. Adentro, todos duermen. Quizás algunos sueñan. No suena el teléfono. No escucho a nadie deambular por el pasillo.
Por fin a solas con mis pensamientos, y en medio del casi silencio, pienso que ha llegado la hora perfecta para escribir.
Sólo que me siento cansada. Hubiera sido más fácil ser creativa durante el día… aunque a la vez imposible por las inevitables postergaciones. La tacita de café que se me hizo imprescindible para concentrarme, la carta esa de mi hermana que me urgía contestar, la vez que me convencí a mí misma que sin dar una vuelta por el jardín no aparecerían las musas.
Recuerdo que en mi casa, no tengo una puerta. Como dijo Virginia Woolf, sin una puerta que se interponga entre uno y el mundo, no puede haber inspiración. Sin madera u otro material tangible de por medio, no hay quien se proteja contra quienes nos aseguran que “sólo te tengo una preguntita”. Ignoran que en un segundo pueden destruirse mundos enteros.
Sí concuerdo con la Woolf. Son imprescindibles las puertas para la obra literaria. Pero no estoy segura que sólo se haya referido a las puertas de madera o de metal.
La puerta interior es tanto o más importante.
Me refiero a aquella que uno debe levantar para protegerse contra el diablito crítico que existe en el interior de todo ser creativo. La criatura que intenta barrer con las tramas complicadas porque toman más tiempo, con los personajes audaces porque suelen robarse la historia, con las ideas locas o nuevas porque asustan a la gente.